Cada día, justo a las doce en punto, la sirena de la calle Garibai resuena sobre los tejados de San Sebastián. Para muchos visitantes es un estruendo inesperado; para buena parte de los donostiarras, es un guiño cotidiano que llevan escuchando desde la infancia. Lo que pocos saben es que este sonido encierra casi siglo y medio de historia sobre cómo la ciudad aprendió a medir el tiempo y a proteger una tradición que todavía hoy se cuela entre el tráfico y las conversaciones de terraza.

De disparar pólvora a soplar metal: los orígenes solares
En 1879, cuando la electricidad era aún una novedad y los relojes de bolsillo un lujo, el geógrafo y militar José de Otamendi obsequió a San Sebastián con un aparato tan ingenioso como estridente: un cañón solar. Instalado en el jardín romántico de la Plaza de Gipuzkoa, el dispositivo combinaba una lente convexa, una mecha de estopa y una pequeña pieza de artillería de bronce. El funcionamiento parecía magia para la época: la lente concentraba la luz del sol al llegar el cenit local —el auténtico “mediodía verdadero”—, encendía la mecha y detonaba la carga con un estruendo seco que se escuchaba desde el puerto hasta la Parte Vieja.
El disparo no era un espectáculo gratuito. En un siglo donde los relojes públicos a veces se retrasaban varios minutos y la hora oficial aún no se había unificado en todo el país, el cañonazo servía de referencia fiable: los comerciantes sabían que tocaba cerrar, los marineros ajustaban sus cronómetros náuticos y la ciudadanía entera sincronizaba relojes de pared y cucús. Además, el Ayuntamiento instaló junto al cañón una columna meteorológica y una mesa horaria con grabados que explicaban la ecuación del tiempo, para que cualquiera aprendiese a convertir el “hora solar” en “hora oficial”.
Sin embargo, el éxito del invento pronto chocó con el crecimiento urbano. Las viviendas cercanas pasaron de ver el cañón como una ayuda a verlo como un enemigo de la siesta. Entre peticiones al consistorio y artículos de opinión en la prensa local, el Ayuntamiento decidió desmontar la pieza hacia 1905. Aquel silencio improvisado inauguró un pequeño vacío en la rutina diaria.

El nacimiento de una voz eléctrica
Cuando la pólvora calló, San Sebastián ya era una ciudad vibrante: tranvías de mulas, recién inaugurado Gran Casino (hoy Ayuntamiento) y veraneos reales. La vida comercial giraba más deprisa y un disparo de sol cada mediodía parecía, de pronto, un romanticismo incómodo. Sin embargo, la costumbre de oír “algo” a las 12 estaba tan arraigada que se echaba de menos.
Ahí entra en escena el diario El Pueblo Vasco. Con olfato para las noticias y los símbolos, la redacción colocó en 1930 una sirena eléctrica en la azotea de su sede en la calle Garibai 24. El sistema era sencillo: compresor a presión, trompeta metálica y botón de pulsado manual. Cada mediodía un redactor subía a la azotea y, de un solo toque, la bocina emitía un bramido comparable al de un ferry atracando. El sonido se propagaba mejor que el cañonazo —más agudo, menos explosivo— y volvía a cubrir la función de “campana civil”.
El estallido, esta vez eléctrico, gustó más que el de pólvora: duraba apenas veinte segundos y no dejaba olor de pólvora ni sobresaltaba a los caballos. El barrio comercial, repleto de relojerías, almacenes de tejidos y casas de banca, adoptó el toque como reclamo y como instrumento publicitario. Fue entonces cuando la comunidad bautizó a la bocina con el nombre que ha llegado hasta hoy: la sirena de la calle Garibai.
De redacción a relojería: la tradición se consolida
La Guerra Civil interrumpió muchos ritmos, pero la sirena logró sobrevivir. El periódico cerró su sede en 1936 y el local fue ocupado por la Relojería Internacional, negocio que todavía permanece allí. Con buen ojo comercial, los nuevos inquilinos entendieron que vender relojes junto a un reloj sonoro de prestigio era un matrimonio perfecto. Mantuvieron la sirena, primero con un interruptor mecánico, luego con un reloj de pesas programable y, desde comienzos de los años noventa, con un discreto sistema electrónico sincronizado por GPS que garantiza la puntería hasta la décima de segundo.
Desde entonces solo se han registrado tres silencios prolongados: durante la propia guerra, dos semanas en 1967 debido a una avería eléctrica y cinco días en 2004 durante unas obras de tejado. El resto del tiempo, la sirena vino sonando 365 días al año, festivos incluidos, ajena a modas y reformas.
Experiencia de la sirena de la calle Garibai hoy
Localización y logística
La bocina se encuentra en la cornisa del número 24 de la calle Garibai, esquina con Andia, a solo medio minuto andando de la Plaza de Gipuzkoa. El edificio, de estética art‑déco tardía, exhibe un rótulo clásico con la leyenda “Relojería Internacional”. Justo encima del letrero, una trompeta metálica gris apunta a la calle: esa es la protagonista.
El sonido se escucha nítido en un radio de unos 500 metros. Quien quiera vivir la experiencia con toda su vibración puede situarse bajo la marquesina de la relojería; el eco rebota en la piedra y añade un leve temblor a las vidrieras. Para un efecto panorámico, el Boulevard o la mitad superior de la Plaza de Gipuzkoa ofrecen un punto ideal: allí se pueden ver los curiosos sobresaltarse mientras los locales siguen con su paseo.
Ritual recomendado
- Llegar con antelación: ubícate sobre las 11:55, observa la trompeta y examina el reloj termómetro del jardín.
- Grabar la prueba: cuando tu móvil marque 11:59:50, pulsa grabar; la sirena entra, como un metrónomo, justo a las 12:00:00.
- Explorar el origen: tras el sonido, cruza al interior del jardín de la Plaza de Gipuzkoa. Allí, a la izquierda de la columna meteorológica, verás el pedestal original del cañón solar.
- Compartir conocimiento: muchos visitantes suben su vídeo a redes con la etiqueta #SirenaDeLaCalleGaribai; añade una breve nota sobre su historia y contribuirás a mantener la tradición viva.
Patrimonio sonoro y didáctico
En el ámbito de la ecología acústica se habla de soundmark para describir un sonido emblemático de un lugar, equivalente sonoro a un hito visual. La sirena de la calle Garibai cumple todos los requisitos: es única, reconocible y posee significado cultural. Su valor va más allá de lo pintoresco:
- Memoria colectiva. Quien creció en Donostia asocia la sirena a la pausa para comer, a la salida del colegio o a la hora de comprar el periódico.
- Función pedagógica. Recordar el origen solar de la costumbre permite explicar cómo las ciudades se organizaban antes de los husos horarios y la telegrafía.
- Identidad local. Al igual que las campanas del Big Ben o la sirena de niebla del puerto de Hamburgo, este bocinazo distingue a San Sebastián de cualquier otra ciudad vasca.
No obstante, el patrimonio sonoro también exige sensibilidad cultural. En 2022, un grupo de refugiados ucranianos recién llegados confundió el sonido con una alarma antiaérea. El Ayuntamiento y varias asociaciones organizaron sesiones informativas para explicar la tradición, evitando así que un recuerdo de la guerra se cuele en la rutina de quienes buscan paz.
Preguntas frecuentes
¿Por qué se eligió la calle Garibai y no otra?
En 1930, la redacción de El Pueblo Vasco ocupaba este edificio, y el eje Boulevard‑Plaza de Gipuzkoa era el corazón comercial. El lugar garantizaba la máxima cobertura sonora sin llegar al puerto pesquero, donde las sirenas de los barcos podían crear confusión.
¿Se ha planteado alguna vez retirar la bocina?
En los años noventa hubo un intento de reemplazarla por un carillón electrónico, pero la oposición vecinal y, sobre todo, las asociaciones de comerciantes lograron blindar la pieza como bien de interés patrimonial inmaterial.
¿Existe un equivalente actual en otras ciudades?
Cádiz dispara un cañón eléctrico a las doce desde el baluarte de la Candelaria, Barcelona conserva los cañonazos simbólicos del castillo de Montjuïc en festividades señaladas y Salamanca mantiene la campana Mari‑Diego del Ayuntamiento para avisos civiles. Cada ciudad formula a su modo la vieja necesidad de hacer sonar el mediodía.
Curiosidades para impresionar en la sobremesa
- El cañón solar original conserva quemaduras en la piedra de apoyo, prueba de cuántas veces prendió la mecha.
- Existe un “club de los doce” que cronometra la sirena cada jueves y lleva un registro manuscrito desde 1962.
- Durante las fiestas de la Semana Grande, la sirena convive con cohetes diurnos y fuegos nocturnos sin que unos eclipsen a la otra: los turistas aprenden rápido a distinguir el sonido metálico prolongado de un petardo festivo.
- El tono de la sirena está afinado en una aproximación de 440 Hz; algunos músicos locales han grabado composiciones en que la bocina sirve de nota base.
Conclusión
La sirena de la calle Garibai es un hilo que cose la Donostia de los faroles de gas con la de los satélites GPS: un sonido sencillo, invariable y puntual que ha acompañado a la ciudad desde 1930 y que hunde sus raíces en un cañón solar de 1879. Escucharla no es solo dar un saltito de sorpresa; es participar en un ritual que recuerda cómo medíamos el tiempo antes de llevar el reloj en el bolsillo.
La próxima vez que pasees por el centro a la hora del ángelus, alza la vista, busca la trompeta gris y deja que ese eco metálico te cuente, en veinte segundos, 145 años de puntuales historias donostiarras. Porque cuando suena la sirena de la calle Garibai, San Sebastián vuelve a colocarse en hora y nos invita a hacerlo con ella.