Para el lector de www.descubredonostia.com, una inmersión en los enigmas que esconde la joya de la Bahía de La Concha.
El misterio de la Isla de Santa Clara comienza a plena vista. Toda ciudad tiene sus secretos, pero pocas los exhiben a diario con tanto descaro como San Sebastián. Justo ahí, en el corazón de la bahía de La Concha, se alza la isla. A primera vista, es una postal perfecta: una silueta verde coronada por un faro blanco, enmarcada por los montes Igeldo y Urgull. Un lugar que invita a un chapuzón en su playa efímera, esa que aparece y desaparece como el truco de un mago. Pero esa es solo la primera página de un libro mucho más oscuro.

Nuestra investigación comienza aquí, en este escenario aparentemente idílico. Se nos presenta un caso con múltiples capas: una nota inicial que habla de un «lazareto» en el siglo XVI y una «tragedia romántica» de un farero en 1930. Pero como en toda buena novela de misterio, los primeros indicios a menudo son pistas falsas que ocultan una verdad más profunda y conmovedora. Somos detectives de la historia, y nuestro objetivo es desenterrar los secretos que las olas han intentado erosionar durante siglos. ¿Qué oculta realmente la Isla de Santa Clara? Acompáñenos en esta investigación.
El Expediente Santa Clara: La Primera Pista, Susurros de la Peste
Nuestro primer hilo nos lleva al siglo XVI. La ciudad de Donostia, como tantos puertos de Europa, vivía bajo la sombra de un terror invisible: la peste. El pánico era el aire que se respiraba, y cualquier medida era poca para contener la enfermedad. Fue entonces cuando los ojos de la ciudad se volvieron hacia la isla. Por su aislamiento natural, Santa Clara fue designada como lazareto, un nombre que hoy suena arcaico pero que entonces era sinónimo de destierro y, a menudo, de muerte.
Imaginen la escena: barcas cruzando la bahía no con turistas, sino con enfermos, apartados de sus familias para proteger a la comunidad. La isla, tan bella desde la orilla, se convirtió en una prisión de cuarentena. Sus costas, que hoy invitan al recreo, eran la última visión de hogar para muchos. Las fuentes históricas confirman este uso sombrío, añadiendo que también sirvió como cementerio para «herejes», doblando su papel como receptáculo de los excluidos.
Curiosamente, antes de ser un sanatorio forzoso, en la isla existía una ermita, un pequeño faro de fe mencionado ya en 1362. Un lugar de oración transformado por la necesidad en un espacio de aislamiento. Este es nuestro primer giro argumental: la isla no nació para la tristeza, fue condenada a ella. Las piedras de aquella ermita, borradas más tarde por las guerras y la construcción del faro moderno, guardan el eco de esos dos mundos: el sagrado y el proscrito.
Primer Misterio de la Isla de Santa Clara Resuelto: Desmontando la Leyenda del Amor Fatal
La nota inicial de nuestro caso nos hablaba de «Manolo Ordoiz», un farero que en 1930 se suicidó por amor. Una «tragedia romántica». Es una historia potente, de las que se graban a fuego en el imaginario popular. Pero una investigación exhaustiva revela que la verdad, como suele ocurrir, es más compleja y menos novelesca.
No hubo ningún Manolo Ordoiz en 1930. El protagonista de nuestra tragedia es otro, y su historia es aún más desoladora. Su nombre era José Manuel Andoin, y no fue el amor romántico lo que le quebró, sino la pérdida de todo su universo. Andoin llegó a la isla como farero en 1944, acompañado de su ancla, su refugio, su todo: su madre, María Torralva. Durante veinte años, madre e hijo vivieron en la soledad compartida de Santa Clara, una existencia marcada por la dependencia del tiempo para recibir víveres y la lucha contra los elementos.
José Manuel no era un hombre cualquiera. Era un atleta de élite, un tirador olímpico que compitió en cuatro Juegos, desde Londres 1948 hasta México 1968. Imagínenlo: entrenando en la quietud de la isla, con la ciudad como telón de fondo, preparándose para la élite mundial.
El año clave es 1968. La tecnología, ese motor de progreso a menudo desalmado, automatizó el faro. La presencia humana ya no era necesaria. José Manuel y su madre tuvieron que abandonar su hogar, su mundo de 400 metros de diámetro. Se mudaron a Igeldo. El desarraigo fue el primer golpe. El segundo, y definitivo, llegó en 1974 con la muerte de su madre. Seis meses después, incapaz de soportar un mundo sin su hogar y sin su madre, José Manuel Andoin se quitó la vida.
La tragedia no fue romántica; fue existencial. La historia de un hombre al que le arrebataron su propósito y su pilar fundamental. Un drama humano profundo que supera a la leyenda del desamor y que convierte al faro no en testigo de un amor perdido, sino en el símbolo de una vida dedicada y una soledad insoportable.
Testigos Mudos: Las Pistas Vivas y las Leyendas Olvidadas
Toda escena del crimen tiene testigos silenciosos. En Santa Clara, los testigos son la propia roca y sus habitantes más antiguos. Geológicamente, la isla es un pedazo desgajado del continente, un superviviente de la misma erosión que formó la bahía. Pero el testigo más fascinante es un ser vivo: la lagartija ibérica de San Sebastián (Podarcis hispanicus sebastiani).
Esta subespecie es endémica de la isla y del monte Urgull. Su aislamiento durante milenios la ha hecho diferente, una prueba viviente de cómo la separación forja identidades únicas. Es un reflejo biológico de las historias humanas de aislamiento que la isla ha albergado. Un pequeño dragón que ha visto pasar pestes, fareros y turistas, guardando en su ADN la memoria de la soledad.
Y por supuesto, no hay misterio sin sus personajes secundarios, sus leyendas. Antes que Andoin, la isla tuvo otro habitante singular: José Vicente Arruabarrena, «el Robinson Crusoe de San Sebastián». Un espíritu libre que, tras luchar en la Primera Guerra Carlista, eligió la soledad. Vivió dos años en la isla como guardián de una fallida granja de conejos. Su historia, menos trágica que la del farero, añade una capa de romanticismo a la biografía del islote, la idea de la soledad elegida frente a la impuesta.
Resolución del Caso: Santa Clara, Renacida por el Arte
Nuestra investigación nos ha llevado por pasadizos de enfermedad, soledad y tragedia. Pero la historia de Santa Clara no termina en la oscuridad. Como en toda buena narración, hay un acto final de redención. En 2021, el faro, aquel edificio cargado de historia, volvió a la vida. Pero no con un farero, sino con una obra de arte.
La escultora de renombre internacional, Cristina Iglesias, creó «Hondalea» (abismo en el mar) en las entrañas del edificio. La obra es un vaciado en bronce que recrea el fondo marino, por el que el agua fluye y se retira al ritmo de las mareas, creando un espectáculo hipnótico que conecta el interior del faro con la fuerza del océano que lo rodea.
«Hondalea» ha resignificado el espacio. Ha convertido un lugar de aislamiento y tragedia en un destino cultural de primer orden. Es el capítulo final de nuestro misterio, donde las sombras del pasado no se borran, sino que se integran en una nueva narrativa de belleza y reflexión.
Guía del Detective: Cómo Interrogar a la Isla en Persona
Ahora que conoce sus secretos, la isla le espera. No la verá con los mismos ojos.
Elemento de la Investigación | Detalles Prácticos para su Visita |
Acceso al Escenario | Las Motoras de la Isla le llevarán desde el puerto de Donostia. El viaje es corto, pero la travesía en el tiempo es inmensa. Operan principalmente de junio a septiembre. |
Análisis de la Escena | Recorra sus senderos, busque las mejores vistas de la ciudad, descubra la piscina natural que deja la marea alta y, por supuesto, disfrute de su icónica playa. |
El Faro (Sala de Pruebas) | La visita a «Hondalea» es gratuita y esencial. Sentirá el pulso del mar bajo sus pies. Es una experiencia inmersiva que cierra el círculo de la historia de la isla. |
Servicios para el Investigador | Encontrará un bar para reponer fuerzas, aseos, duchas y mesas de picnic. Todo lo necesario para pasar el día desentrañando sus misterios a su propio ritmo. |
La Isla de Santa Clara ha sido lazareto, faro, hogar y tumba. Ha sido testigo de la desesperación humana y de la tenacidad de la naturaleza. Hoy, es un lugar de encuentro, arte y ocio. El misterio ha sido resuelto, no para cerrar el caso, sino para abrirlo a todos aquellos que deseen leer sus múltiples capas de historia. La próxima vez que mire a esa silueta en la bahía, sabrá que no está viendo una simple isla, sino el corazón lleno de secretos de San Sebastián.