Pocas fotografías describen tan rápido a una ciudad como la barandilla de la Concha lo hace con San Sebastián. Su perfil modernista, blanco y repetitivo, recorre casi kilómetro y medio de bahía y se ha colado en postales, películas y hasta tatuajes. Pero más allá de su fotogenia, la barandilla encierra una historia construida a base de hierro, salitre y anécdotas. En este reportaje, te llevamos desde los hornos donde se fundió hasta el sorteo municipal que, en 2025, repartirá 275 módulos entre los donostiarras más afortunados; pasando, claro está, por el famoso tramo al revés que todo visitante busca. Ponte cómodo: estamos ante un icono que dice mucho más de lo que aparenta.

De encargo municipal a icono mundial (1910 ‑ 1916)
Cuando en 1902 la reina María Cristina declaró San Sebastián “corte de verano”, la ciudad se volcó en construir un paseo marítimo que estuviera a la altura de los balnearios de Biarritz o Deauville. El viejo pretil de madera que cerraba la barandilla de la Concha fue desmontado y el Ayuntamiento abrió en 1910 un concurso restringido que ganó el arquitecto Juan Rafael Alday Lasarte, recién nombrado titular del consistorio tras la jubilación de José Goicoa.
Alday, formado en la Escuela de Arquitectura de Madrid e imbuido de las líneas sinuosas vistas en la Exposición Universal de París (1900), propuso un panel modular de hierro fundido con volutas vegetales y una flor central de cuatro pétalos rodeada de laurel —símbolo clásico de triunfo—.
El pliego de condiciones fijó en 5 700 pesetas el coste total: algo más de la décima parte del presupuesto municipal de obras de 1910, que rondaba las 60 000 pesetas. Para ahorrar transporte se adjudicó la fundición a Fundiciones Molinao, en el barrio de Loiola, cuyo horno basculante podía colar hasta diez paneles por jornada. Cada uno —80 cm de ancho por 50 kg— viajaba en carretas tiradas por mulas hasta “la calle de los Baños”, el primitivo nombre del paseo. Las cuadrillas trabajaban de madrugada, alumbradas por lámparas de gas, para no entorpecer a los bañistas ni manchar los vestidos de las damas con chispas de soldadura.
La instalación avanzó por tramos: primero el sector frente al recién inaugurado balneario La Perla, después la curva del Hotel Londres y, finalmente, el acceso a Ondarreta. El 12 de agosto de 1916, con la banda municipal interpretando la ‘Marcha de San Sebastián’, Alfonso XIII descubrió una placa conmemorativa y recorrió a pie los 1 260 m del nuevo pasamanos. Los cronistas destacaron el “fulgor níveo” del esmalte y auguraron que la barandilla sería “tanta fama para Donostia como la Torre Eiffel para París”. No erraron: tres guerras, varios temporales y una constante modernización urbana después, el diseño sigue intacto y se ha convertido en el objeto más fotografiado de la ciudad.
Un detalle curioso: Fundiciones Molinao pasó a llamarse Luzuriaga en 1918 y continuó vertiendo metal hasta los años ochenta, cuando la crisis industrial cerró su chimenea. El molde original de yeso sobrevivió en un almacén y hoy se exhibe en el Museo San Telmo como reliquia de la Belle Époque donostiarra.
Un símbolo exportado (y vendido) por secciones
El éxito fue inmediato. En los locos años veinte los postales coloreadas con la silueta blanca de la barandilla se vendían en París y Londres, y ayuntamientos de la costa pidieron réplicas “para adornar sus paseos”. Sitges fue la primera en recibirlas: un hermanamiento cultural culminó en 1928 con la donación de varios metros para el paseo de la playa de Sant Sebastià, donde aún lucen junto a una placa que proclama la amistad de “dos villas enamoradas del mar y de la cultura”.
En 2019 otros 100 m viajaron 1 000 km hasta la andaluza playa de La Antilla (Lepe, Huelva). El Ayuntamiento guipuzcoano los cedió tras renovar el tramo frente al Hotel Londres, y el consistorio onubense rebautizó el paseo como “Donostia‑San Sebastián” para recordarlo. Que el diseño no estuviera patentado facilitó su expansión: hoy la flor de la barandilla de la Concha adorna llaveros, anillos y hasta respaldos de bancos en Seúl y Ciudad de México, según el registro de exportaciones de la empresa de souvenirs Plata y Acero.
Pero el fenómeno más singular nació del infortunio. El 11 de marzo de 2008, un temporal con olas de 9,5 m arrancó quince metros de barandilla a la altura del Hotel Londres. En lugar de desecharlos, el Ayuntamiento los subastó: el lote se agotó en horas y abrió la puerta a una economía sentimental donde cada donostiarra podía poseer un pedazo de recuerdo. La experiencia se repitió en 2018 y ha desembocado en el gran sorteo de 2025: 275 módulos, 185 € la unidad, sólo para empadronados o nacidos en Donostia. El trámite se realiza en línea y exige recoger el panel “tal cual”, óxido incluido, para garantizar su autenticidad.
La recaudación —casi 51 000 € si se adjudican todos— financiará la próxima campaña de accesibilidad en rampas y la instalación de sensores que alertan de corrosión interna. Así, la barandilla de la Concha se financia a sí misma y exporta no sólo su estética sino un modelo de conservación participativa.
El enigma del tramo invertido
Entre los dos relojes que marcan el corazón del paseo, a escasos pasos de la escalinata principal, duerme un misterio menudo: dos paneles están montados en espejo, de modo que la flor mira al Cantábrico y no al viandante. La localización exacta —43° 19′ 4″ N, 2° 0′ 24″ W— aparece ya en una guía de 1932 que advertía al turista “perspicaz” de la anomalía. Desde entonces las teorías se multiplican.

- Firma del operario. Quienes defienden el romanticismo aseguran que un calderero apellidado Zubimendi giró la pieza para dejar constancia de su paso después de soldar centenares idénticas —una suerte de grafiti industrial avant‑la‑lettre.
- Prisa real. Otra versión sitúa el error la víspera de la visita de Alfonso XIII: faltaban horas para la inauguración y nadie quiso retrasar el desfile por un simple panel descolocado.
- Guiño masón. La más estrambótica —pero repetida en ‘free tours’— interpreta la flor invertida como símbolo masónico insertado por Alday, quien supuestamente pertenecía a una logia liberal (no hay pruebas documentales).
Lo cierto es que el Ayuntamiento ha optado por no corregir la anomalía; antes bien, la promociona. Mapas oficiales incluyen un pictograma de lupa y el reto #BarandaInvertida suma ya más de 120 000 menciones en TikTok, donde creadores locales explican la caza del “easter egg” urbano. Algunos guías proponen juegos: el primero que la encuentre gana helado; las escuelas de primaria asignan puntos extra a quien traiga una foto propia —educación patrimonial gamificada.
En la práctica, la barandilla de la Concha invertida convierte un simple paseo en una yincana intergeneracional que refuerza el vínculo emocional con el paisaje. Y, si uno se detiene a observar, descubrirá que el hierro de esa flor lleva un leve tono crema: es uno de los paneles fundidos en 1910 con una aleación ligeramente distinta de manganeso, algo que los restauradores utilizan como “huella dactilar” para certificar su autenticidad
Restauraciones, QR y lucha contra el salitre
La vida al borde del océano implica un enemigo constante: la corrosión. Desde 1916, la barandilla ha recibido tres grandes restauraciones integrales (1999‑2000, 2004 y 2022‑23) y múltiples campañas de repintado. El procedimiento habitual incluye:
- Desmontaje de cada módulo mediante grúa ligera.
- Chorreado de arena para retirar óxidos.
- Imprimación epoxi anticorrosiva.
- Esmaltado blanco poliuretano marino.
- Reinstalación con pernos de anclaje inoxidable.
Tras el temporal de 2014 se añadió un protocolo preventivo: ante alerta roja de oleaje, se retiran paneles críticos —especialmente en los accesos a la arena— para minimizar daños. En la última campaña, además, se integraron códigos QR en los postes: escaneándolos accedes a la ficha técnica, al plano con el tramo “al revés” y a un histórico de temporales que hacen las delicias de los amantes de la meteorología.
Barra de ballet y pasarela para el arte
La barandilla de la Concha es mucho más que una frontera entre peatón y arena. Cada 29 de abril, Día Internacional de la Danza, más de mil estudiantes de conservatorios y academias despliegan mallas y tutús para convertirla en la barra de ballet más larga del planeta. La imagen —malla negra contra hierro blanco y fondo turquesa— se viraliza cada año, subrayando la capacidad de un objeto centenario para inspirar coreografías contemporáneas.
Fuera del calendario oficial, artistas locales han reinterpretado la flor en murales (barrio de Egia), rings de skateboard (Parque de Cristina Enea) o colecciones de joyería con hierro recuperado de viejas secciones. Cada anillo se vende con certificado que explica qué tramo se convirtió en arte portátil; un guiño a la economía circular que coloca la barandilla en pleno debate sobre sostenibilidad.
Guía fotográfica definitiva
Nada completa un viaje sin su foto. Te proponemos cuatro escenarios infalibles para capturar la barandilla de la Concha:
- Hora dorada de primavera (20:15‑20:45). El sol se esconde tras el monte Igueldo y baña la baranda de luz cálida.
- Curva del Hotel Londres. Clásico entre clásicos: barandilla en diagonal, bahía y la isla Santa Clara centrada en segundo plano.
- Reflejo de marea baja. Baja a la arena y dispara paralelo a la balaustrada; los charcos crean duplicaciones casi surrealistas.
- Selfie de detective. Encuentra el tramo barandilla al revés, coloca la flor en medio y sorprende a tus seguidores con la historia del operario rebelde.
Recuerda nombrar siempre las imágenes con la keyword (“barandilla‑de‑la‑concha‑atardecer.jpg”) y rellenar el alt text con descripciones reales (“Vista frontal de la barandilla de la Concha San Sebastián al atardecer”). Así refuerzas SEO y accesibilidad.
Preguntas frecuentes (FAQ)
¿Cuántos módulos forman la barandilla de la Concha?
El tramo principal suma 271 secciones estándar, a las que se añaden piezas especiales en rampas y miradores. El número varía levemente tras cada obra si se alargan o acortan accesos.
¿Cuánto cuesta fabricar un módulo hoy?
Con hierro, moldes y pintura marina, el coste ronda los 145 €. El precio se dispara si la pieza es original: el sorteo municipal los tasa en 185 € “tal cual”, sin restaurar.
¿Por qué la pintura es siempre blanca?
Respeta la cromática original y ofrece mayor visibilidad en niebla, según informes de 1915. Además, el blanco refleja radiación solar, reduciendo el calentamiento del metal y evitando quemaduras a quien se apoye.
¿Se puede comprar un módulo original fuera del sorteo?
Solo en subastas puntuales de antigüedades o si un propietario revende su pieza. El Ayuntamiento no expide nuevos certificados para reventas, así que las transacciones son privadas.
¿La barandilla está protegida como Bien de Interés Cultural?
No. Figura en el Catálogo Municipal de Elementos Protegidos, lo que obliga a mantener sus proporciones y motivos, pero no disfruta del máximo rango de protección patrimonial.
Conclusión: una columna vertebral de hierro y memoria
La barandilla de la Concha es más que un separador entre acera y arena: es la columna vertebral que sostiene la memoria de San Sebastián. Fundida en 1910, testigo de bailes reales y de cañonazos de guerra, sigue plantando cara al Cantábrico con la misma flor orgullosa. Si tienes la suerte de ganar uno de los 275 módulos sorteados este 16 de mayo de 2025, tendrás en tus manos algo que ha escuchado sirenas de galernas, risas de veraneantes y el sonido metálico de mil pliés de ballet.
Y si no, basta un paseo atento para descubrir su tramo invertido, sus cicatrices de soldadura y el destello del sol poniente en su esmalte blanco. Porque, al fin y al cabo, la barandilla de la Concha no se contempla; se habita. Es un hilo continuo que ata la ciudad a su mar y recuerda, con cada flor de hierro, que la belleza puede ser tan resistente como el acero que la forja.