Una playa con identidad propia

La Playa de Ondarreta es uno de esos lugares que definen una ciudad sin necesidad de grandes estridencias. A menudo eclipsada por su famosa vecina, la playa de La Concha, Ondarreta ha sabido mantener a lo largo del tiempo una identidad sólida, equilibrando historia, belleza natural y una profunda conexión con el día a día de la vida local en Donostia. Su nombre, que proviene del euskera «hondar», hace referencia a la arena que caracterizaba este rincón antes de su transformación urbana. Y es que antes de los toldos blanquiazules y las esculturas de Chillida, aquí solo había un amplio arenal, cruzado por arroyos, con una ermita solitaria dominando el paisaje.
Fue el desembarco de la realeza a finales del siglo XIX lo que transformó por completo el destino de este rincón del barrio del Antiguo. La regente María Cristina escogió San Sebastián como su lugar de veraneo y mandó construir el Palacio de Miramar justo en el promontorio que divide Ondarreta de La Concha. Aquel gesto desencadenó una metamorfosis urbanística y social: la aristocracia empezó a levantar villas frente al mar, se trazaron paseos ajardinados y, con el tiempo, la Playa de Ondarreta se convirtió en una playa con carácter residencial, elegante, pero sin perder su esencia local.
Un pasado entre monarcas, soldados y fútbol
La historia de la Playa de Ondarreta está salpicada de anécdotas singulares. En sus primeros años, el arenal servía como espacio de maniobras militares. No fue raro ver en sus alrededores formaciones de soldados o incluso al rey Alfonso XIII en su juventud, participando en actos castrenses. Fue en ese mismo espacio donde se habilitó, en 1906, el primer campo de fútbol de la ciudad, origen de la actual Real Sociedad. Años después, en una suerte de paradoja urbanística, justo detrás de la playa se levantó una cárcel que funcionó hasta 1948. A día de hoy, solo un discreto monolito recuerda aquel pasado algo oscuro que contrasta con la imagen soleada y alegre que ofrece la playa en la actualidad.

La construcción del Real Club de Tenis de San Sebastián, en 1904, añadió un componente distinguido al entorno. Este club, situado a pie de playa, ha sido históricamente punto de encuentro de la sociedad donostiarra, completando el retrato de una playa que, sin buscarlo, ha acabado siendo testigo de los cambios más significativos de la ciudad a lo largo del siglo XX.

Rivalidad amistosa con La Concha
Es casi inevitable hablar de la Playa de Ondarreta sin compararla con La Concha. Si esta última ha sido durante décadas el rostro internacional de San Sebastián, inmortalizada en postales y guías turísticas, Ondarreta ha jugado un papel más discreto, casi como el secreto mejor guardado de la ciudad. Pero esa aparente discreción ha sido precisamente la clave de su atractivo. Ondarreta representa otro ritmo, otra manera de vivir la playa: más pausada, más familiar, menos sujeta al desfile de flashes y selfies.
Mientras La Concha brillaba con el glamour de los balnearios de lujo y las visitas de reinas europeas, Ondarreta se consolidaba como el lugar favorito de muchas familias locales y de visitantes que preferían el ambiente más recogido del barrio del Antiguo. Esa diferencia se ha mantenido con el paso de los años, aunque hoy en día la Playa de Ondarreta forma parte del itinerario turístico gracias a la conexión peatonal con La Concha a través del túnel de Miramart. Este pasadizo, decorado con arte marino, ofrece un acceso directo que invita al visitante a descubrir, tras unos metros de sombra, una playa que sorprende por su amplitud, serenidad y belleza.
Una playa de proporciones generosas
Una de las características físicas más destacadas de la Playa de Ondarreta es su amplitud. Aunque su longitud —unos 600 metros— es menor que la de La Concha, su anchura, que ronda los 100 metros, le da un carácter más espacioso. En marea alta, cuando otras playas de la bahía reducen drásticamente su superficie útil, Ondarreta sigue ofreciendo un arenal generoso, lo que la convierte en un lugar especialmente apreciado para pasar el día con comodidad.

Su arena dorada y fina es típica del litoral donostiarra, y el oleaje es generalmente moderado, ideal para niños, personas mayores y todo aquel que busca un baño tranquilo. Al estar protegida por el Monte Igeldo y la isla Santa Clara, sus aguas presentan una calma difícil de encontrar en otras zonas del Cantábrico. En los días despejados, el reflejo del cielo sobre el mar y la panorámica de la bahía convierten a Ondarreta en un lugar perfecto para la contemplación.
El arte como parte del paisaje: el Peine del Viento
No se puede hablar de la Playa de Ondarreta sin mencionar una de sus joyas más icónicas: el Peine del Viento. Esta obra del escultor vasco Eduardo Chillida se enclava en las rocas del extremo oeste de la playa, donde las olas rompen con fuerza y el viento susurra a través de las cavidades de la escultura. Se trata de una experiencia sensorial que forma parte del imaginario colectivo de la ciudad. Muchos acuden al lugar simplemente para sentir cómo el mar sopla a través de los orificios del suelo, expulsando chorros de aire y agua en una danza ruidosa y fascinante.
La integración del arte con el entorno natural es absoluta, y el Peine del Viento ha llegado a simbolizar el alma atlántica de San Sebastián. Desde allí, la vista de la Playa de Ondarreta se enmarca entre montes, cielo y ciudad, convirtiendo a este rincón en uno de los más fotogénicos y emocionantes de toda la costa vasca.
Vida de barrio, tradición y generaciones compartidas
Pero lo que realmente distingue a Ondarreta es su papel como playa de barrio. El Antiguo, una de las zonas más tradicionales de Donostia, se ha volcado históricamente con su playa. Desde cuadrillas de adolescentes que se citan para pasar la tarde, hasta abuelos que toman el sol junto a sus nietos, la Playa de Ondarreta funciona como un espacio intergeneracional donde la vida transcurre con naturalidad.
Durante las fiestas locales o en eventos como la Semana Grande, Ondarreta es un escenario alternativo al centro de la ciudad, más tranquilo pero igualmente animado. Aquí se celebran desde hogueras de San Juan hasta competiciones infantiles, siempre con la implicación de los vecinos. Incluso cuando el clima donostiarra no acompaña, no es raro ver a los locales paseando abrigados por el paseo, disfrutando del mar y del ambiente familiar que se respira.
Servicios de primera para una playa histórica
Pese a su aire clásico, la Playa de Ondarreta ofrece una infraestructura moderna y cuidada. En temporada estival, cuenta con servicio de socorrismo, señalización de zonas de baño, duchas, vestuarios, baños públicos, lavapiés y limpieza diaria. La ciudad de San Sebastián tiene un alto estándar de calidad para el mantenimiento de sus playas, y eso se nota en cada rincón.
El paseo que la bordea, flanqueado por jardines y palmeras, incluye una cafetería con vistas al mar donde es habitual ver a vecinos tomando un café, leyendo el periódico o simplemente charlando. Durante el verano, se pueden alquilar toldos y hamacas, y la accesibilidad está garantizada con rampas y pasarelas de madera. Además, el servicio de sillas anfibias y asistencia al baño para personas con movilidad reducida es uno de los mejor valorados del norte de España.
Ondarreta, más allá del baño: experiencias únicas
Quien visita la Playa de Ondarreta puede simplemente tender la toalla y disfrutar del sol, pero también tiene la oportunidad de vivir experiencias únicas. Desde nadar hasta la plataforma flotante en verano hasta contemplar los fuegos artificiales de la Semana Grande desde un rincón privilegiado, esta playa ofrece posibilidades para todos los gustos.
Los más activos pueden practicar deportes como paddle surf, kayak o piragüismo, aprovechando la calma de la bahía. También es habitual ver partidos espontáneos de palas o voley playa, que reúnen a locales y visitantes en un ambiente distendido. Para quienes prefieren explorar, subir al Monte Igeldo en el funicular de 1912 es una experiencia encantadora que culmina con una de las mejores vistas de la ciudad.
Y para quienes valoran los pequeños placeres, una caminata al atardecer por el Paseo de Ondarreta, observando cómo el sol se esconde tras el horizonte, es una experiencia difícil de olvidar.
Un lugar con alma y muchas historias
Cada rincón de la Playa de Ondarreta guarda una historia: desde la cárcel con vistas al mar que marcó la posguerra donostiarra hasta el “rocal”, esas rocas rojizas que aparecían tras las tormentas y que resultaron ser restos de escombros antiguos. También hay espacio para el glamour cinematográfico: Ondarreta ha servido de escenario a películas, anuncios y reportajes, y no han faltado celebridades que han elegido esta playa por su discreción.
Pero, más allá de lo anecdótico, lo que define a Ondarreta es su capacidad para conectar pasado y presente. Es una playa que ha sabido envejecer con elegancia, sin perder su esencia. Y es precisamente ese equilibrio entre historia, naturaleza, arte y cotidianidad lo que la convierte en una de las joyas menos conocidas —pero más queridas— de San Sebastián.
Conclusión: Ondarreta, la playa que se vive
En una ciudad como San Sebastián, donde cada rincón tiene una personalidad propia, la Playa de Ondarreta destaca por su equilibrio. No busca ser la más famosa, ni la más fotografiada. Su valor reside en su autenticidad, en la forma en que se integra con la vida del barrio, en cómo acoge tanto a turistas curiosos como a donostiarras de toda la vida.
Ondarreta es mar, es arte, es historia, es memoria. Es un lugar donde cada grano de arena tiene algo que contar. Y cuando uno la pisa por primera vez, entiende que esta playa no solo se visita: se comparte, se recuerda y, sobre todo, se vive.