En el vibrante paisaje urbano de San Sebastián, donde la elegancia de la Belle Époque se encuentra con la fuerza del Cantábrico, emerge una estructura que captura la mirada y el espíritu de la ciudad: el Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal. Conocidos popularmente como los «Cubos de Moneo», estos dos prismas translúcidos, diseñados por el renombrado arquitecto navarro Rafael Moneo, se han convertido en mucho más que un edificio; son un símbolo de la modernidad donostiarra, un motor cultural y económico, y un punto de encuentro ineludible en la desembocadura del río Urumea, junto a la Playa de la Zurriola.

Este artículo se adentra en la rica historia del Kursaal, desde sus orígenes conceptuales y la figura de su impulsor arquitectónico, hasta los detalles de su construcción, marcada por debates y controversias. Exploraremos la genialidad detrás de su diseño, los múltiples usos que alberga hoy en día –con especial énfasis en su papel estelar durante el Festival Internacional de Cine de San Sebastián (Zinemaldia)– y su consolidación como un referente arquitectónico y cultural a nivel internacional. Acompáñanos a descubrir las múltiples facetas de estas «rocas varadas» que dialogan con el mar y la ciudad.
El Solar del Kursaal: Un Legado de Ocio y Espectáculo
Para comprender la importancia y el impacto del actual Kursaal, es esencial mirar atrás, al solar que ocupa. Durante décadas, este privilegiado enclave fue el hogar del Gran Kursaal de San Sebastián, un suntuoso palacio inaugurado en 1921. Diseñado por el arquitecto Ramón Cortázar, este edificio de estilo ecléctico y monumental albergaba un casino, un restaurante, salas de cine y un teatro. Era un epicentro de la vida social y el glamour donostiarra, especialmente durante los años dorados de la Belle Époque.
Sin embargo, la prohibición del juego en 1924 marcó el inicio de un lento declive. Aunque continuó funcionando con otros usos, como cine y teatro, el Gran Kursaal fue perdiendo su esplendor original. Finalmente, en 1973, el edificio fue demolido, dejando un vacío físico y simbólico en la fachada marítima de la ciudad, un solar conocido como Solar K. Durante casi dos décadas, este espacio permaneció como un recordatorio de un pasado glorioso y una oportunidad para el futuro. La nostalgia por el antiguo edificio y el debate sobre qué debía ocupar este lugar estratégico marcarían los años venideros.
La Génesis de un Nuevo Icono: Un Concurso Internacional y una Visión Audaz
A finales de la década de 1980, San Sebastián sentía la necesidad de contar con una infraestructura moderna capaz de albergar grandes congresos y eventos culturales de primer nivel, algo que la ciudad, a pesar de su atractivo turístico y cultural, no poseía. El Solar K se presentaba como la ubicación ideal para este proyecto estratégico.
Las instituciones públicas vascas, principalmente el Ayuntamiento de San Sebastián, la Diputación Foral de Gipuzkoa y el Gobierno Vasco, impulsaron la idea y, en 1989, convocaron un concurso internacional de arquitectura para diseñar el nuevo Palacio de Congresos y Auditorio. La expectación era máxima. Se presentaron propuestas de arquitectos de renombre mundial, entre ellos figuras como Arata Isozaki, Mario Botta, Norman Foster, Juan Navarro Baldeweg y Luis Peña Ganchegui.
Tras un intenso proceso de deliberación, en 1990 el jurado eligió por unanimidad la propuesta del arquitecto navarro Rafael Moneo. Su diseño, radicalmente diferente al resto y alejado de la monumentalidad clásica del antiguo Kursaal, sorprendió y generó un intenso debate desde el primer momento. Moneo, quien años más tarde, en 1996, sería galardonado con el Premio Pritzker, presentaba una idea audaz y poética que rompía con lo esperado.
Rafael Moneo y el Concepto de las «Rocas Varadas»

La visión de Rafael Moneo para el Kursaal no buscaba imitar ni competir con la arquitectura Belle Époque predominante en el Ensanche Cortázar de San Sebastián. En lugar de eso, propuso un diálogo directo con el paisaje natural: el mar Cantábrico, la desembocadura del Río Urumea y la Playa de la Zurriola. Su concepto fundamental se basa en la idea de «dos rocas varadas» en la arena, dos cubos autónomos de vidrio translúcido ligeramente inclinados, emergiendo como elementos geográficos artificiales que marcan el final de la tierra y el comienzo del mar. Moneo describió su proyecto como una forma de «perpetuar la geografía y subrayar la armonía entre lo natural y lo artificial».
Para materializar esta visión, la elección del material fue crucial. Moneo optó por una innovadora doble pared de vidrio prensado translúcido, montada sobre una compleja estructura metálica. Este vidrio se convierte en el elemento definitorio del edificio, permitiendo que la luz natural bañe los interiores durante el día con tonalidades cambiantes según el clima y la hora. Por la noche, la iluminación interior transforma los cubos, proyectándolos hacia el exterior como dos gigantescas linternas o faros urbanos, cuya presencia luminosa se percibe desde puntos emblemáticos de la ciudad.
La estructura se compone esencialmente de estos dos volúmenes principales, cada uno albergando funciones distintas. El cubo de mayor tamaño, el más cercano al mar, contiene el Auditorio principal, mientras que el segundo cubo, de menor tamaño y orientado hacia la ciudad y el río, alberga la Sala de Cámara. Ambos prismas descansan sobre una plataforma o plinto común que acoge las áreas de exposición, servicios complementarios y restauración, funcionando como un basamento que los conecta y los asienta en el terreno.
El diálogo con el entorno se refuerza mediante la sutil inclinación de los cubos. El Auditorio se inclina 3 grados y la Sala de Cámara 6 grados respecto a la horizontal. Este gesto no es meramente estético; busca acentuar esa imagen de elementos naturales depositados por el oleaje y, al mismo tiempo, dirigir las perspectivas visuales desde el interior y las terrazas hacia el magnífico escenario natural que rodea al edificio: el mar, la playa y la ciudad.
La Construcción: Un Desafío Técnico y un Foco de Debate (1995-1999)
La materialización del proyecto de Moneo, llevada a cabo aproximadamente entre 1995 y 1999, representó un desafío considerable en múltiples frentes. Desde el punto de vista técnico, levantar dos estructuras de tal envergadura con una envolvente casi enteramente de vidrio, situadas además en un emplazamiento expuesto directamente a la agresividad del ambiente marino –con fuerte viento, salitre constante y la cercanía del oleaje–, requirió soluciones de ingeniería avanzadas. La concepción y montaje de la doble piel de vidrio y la estructura metálica que la sustenta fueron aspectos particularmente innovadores y complejos para la época. Simultáneamente, la construcción de los espacios interiores, especialmente los auditorios, demandó un diseño acústico de vanguardia para asegurar una calidad sonora excepcional, apta para los más diversos usos.
Paralelamente a los retos constructivos, el proyecto se desarrolló en medio de un intenso debate social. El diseño de Moneo, tan rupturista y alejado de la estética predominante en la ciudad, no fue recibido con unánime aprobación. Surgieron numerosas voces críticas y una palpable controversia pública que acompañó gran parte de la construcción. Una de las principales fuentes de disenso fue el impacto visual y estético; muchos ciudadanos y opinadores consideraban que la modernidad radical de los cubos de vidrio chocaba frontalmente con la elegancia clásica de los edificios del Ensanche Cortázar y la armonía de la fachada marítima tradicional de San Sebastián. Se temía una ruptura irreparable del paisaje urbano consolidado, llegando a calificarse el proyecto con términos despectivos.
A este rechazo estético se sumaba la nostalgia por el Gran Kursaal demolido. Una parte de la sociedad donostiarra añoraba el antiguo palacio y sentía que el nuevo diseño carecía de la representatividad y la conexión histórica del edificio precedente. Como en toda gran obra pública, el coste económico también fue objeto de discusión, cuestionándose la magnitud de la inversión en relación con otras necesidades de la ciudad.
Finalmente, aunque no queden registros específicos de quejas vecinales formalizadas más allá del debate generalizado, es innegable que una obra de estas características, en un punto neurálgico de la ciudad como es la conexión entre el centro y el barrio de Gros, junto al puente de la Zurriola, generó las molestias inherentes a cualquier gran proyecto urbano. El ruido, el polvo, los inevitables cortes de tráfico y la ocupación del espacio público durante años afectaron temporalmente la vida cotidiana de residentes y comercios cercanos, un malestar que pudo verse amplificado por el clima de controversia que rodeaba al proyecto. Pese a todo, las instituciones impulsoras y el equipo de Moneo mantuvieron la convicción en el valor arquitectónico y funcional del futuro Kursaal.
Inauguración y Consolidación: Del Escepticismo al Orgullo (1999 – Presente)
El Palacio de Congresos y Auditorio Kursaal abrió sus puertas oficialmente el 23 de agosto de 1999, marcando un hito en la transformación urbana y cultural de San Sebastián. Los primeros años estuvieron teñidos por el eco del escepticismo previo, pero pronto la realidad del edificio comenzó a imponerse. Su evidente funcionalidad, la alta calidad de sus instalaciones y, de manera muy destacada, su poderosa y cambiante presencia visual, especialmente la imagen nocturna de los cubos iluminados, empezaron a seducir tanto a donostiarras como a visitantes. La celebración exitosa de los primeros grandes congresos y eventos culturales demostró su capacidad operativa y su versatilidad como contenedor de actividades.
El punto de inflexión definitivo en la percepción pública y el reconocimiento internacional llegó en el año 2001. El Kursaal fue galardonado con el prestigioso Premio de Arquitectura Contemporánea de la Unión Europea – Premio Mies van der Rohe. Este galardón, uno de los más importantes en el panorama arquitectónico mundial, validó la audacia y la calidad conceptual y constructiva del proyecto de Rafael Moneo. Supuso un espaldarazo fundamental que ayudó a disipar las críticas residuales y a consolidar un creciente sentimiento de orgullo local hacia la obra. El Kursaal dejó de ser visto por muchos como una imposición polémica para empezar a ser considerado un patrimonio arquitectónico de primer orden, situando a San Sebastián en el mapa de la arquitectura contemporánea global.
Explorando el Interior: Espacios para la Cultura y los Negocios
Más allá de su icónica fachada de vidrio, el Kursaal revela en su interior una cuidada distribución de espacios diseñados para albergar una amplia gama de actividades. El corazón del complejo reside en el Auditorio Kursaal, ubicado en el cubo de mayor tamaño. Con una capacidad que ronda las 1.800 butacas, este espacio sobresale por su extraordinaria acústica, meticulosamente calculada para ofrecer una experiencia sonora óptima tanto para grandes conciertos sinfónicos y representaciones de ópera como para las proyecciones cinematográficas del Zinemaldia o congresos multitudinarios. Su interior, revestido principalmente de madera, genera una atmósfera cálida que contrasta deliberadamente con la frialdad tecnológica del exterior.

El segundo volumen principal, la Sala de Cámara, ofrece un ambiente más íntimo. Con un aforo aproximado de 600 personas, es el lugar ideal para conciertos de música de cámara, representaciones teatrales de formato mediano, conferencias especializadas o proyecciones complementarias. Comparte con el auditorio principal el mismo rigor en el diseño acústico y la calidad de los acabados.
En la plataforma que sirve de base a ambos cubos se sitúan las salas polivalentes. Estos espacios diáfanos y flexibles están concebidos para adaptarse a necesidades diversas, funcionando como áreas de exposición para ferias comerciales, galerías temporales, salones para banquetes o cócteles, y otros eventos que requieran configuraciones personalizadas.
Complementando las salas principales, los amplios foyers y las espectaculares terrazas actúan como zonas de transición, encuentro y descanso. Ofrecen impresionantes vistas panorámicas hacia el mar Cantábrico, la playa de la Zurriola y la ciudad, convirtiéndose en lugares privilegiados para la socialización durante los eventos. Las terrazas que se asoman directamente sobre la playa son particularmente valoradas. El complejo también integra servicios de restauración, que han ido variando a lo largo de los años, sumando opciones gastronómicas a la oferta de la zona y del propio edificio.
El Kursaal Hoy: Epicentro Cultural y Motor Económico de Donostia
En la actualidad, transcurridas más de dos décadas desde su inauguración, el Kursaal se ha consolidado plenamente como una infraestructura vital e indisociable de la vida cultural, social y económica de San Sebastián. Su actividad es constante y diversa a lo largo de todo el año. Desempeña un papel protagonista como sede principal del Festival Internacional de Cine de San Sebastián cada mes de septiembre. Durante el Zinemaldia, sus auditorios, salas y vestíbulos se transforman en el vibrante epicentro del certamen, albergando proyecciones oficiales, ruedas de prensa, encuentros profesionales y la icónica alfombra roja por la que desfilan cineastas y estrellas de renombre internacional.
Además de su vínculo con el cine, el Kursaal es un potente imán para el turismo de congresos y reuniones, conocido como sector MICE. Atrae regularmente numerosos congresos nacionales e internacionales de ámbitos muy variados, como el científico, médico, tecnológico o empresarial. Esta actividad congresual genera un impacto económico muy significativo en San Sebastián, beneficiando a hoteles, restaurantes, comercios y servicios auxiliares de la ciudad.
Paralelamente, el Kursaal mantiene una programación cultural estable y de alta calidad. Sus escenarios acogen conciertos de la Orquesta Sinfónica de Euskadi, recitales de música clásica, actuaciones de artistas de música contemporánea, producciones de ópera y ballet, obras de teatro y espectáculos dirigidos al público familiar. Esta oferta cultural diversificada enriquece la agenda de la ciudad y atrae a públicos variados.
Finalmente, sus instalaciones también son demandadas para la celebración de eventos de carácter social o corporativo, como presentaciones de productos, juntas de accionistas, entregas de premios, galas benéficas y otras reuniones de empresa o institucionales, demostrando su versatilidad para adaptarse a distintos formatos y requerimientos. El Kursaal no solo cumplió su misión original, sino que se ha convertido en un dinamizador clave para Donostia.
Conclusión: De la Polémica a la Celebración de un Icono Moderno
La trayectoria del Palacio Kursaal es un relato elocuente de cómo una propuesta arquitectónica audaz, inicialmente recibida con controversia, puede llegar a convertirse en un símbolo querido y respetado por la ciudad que lo acoge. Las «dos rocas varadas» imaginadas por Rafael Moneo, que desafiaron las convenciones estéticas de San Sebastián y generaron un intenso debate público, son hoy un emblema indiscutible de la Donostia contemporánea, una imagen reconocida internacionalmente.
Su arquitectura singular, que establece un diálogo poético con la luz, el mar y el paisaje circundante, se combina con una funcionalidad excepcional como espacio polivalente de primer nivel. Su consolidación como sede de eventos de la magnitud del Zinemaldia y como centro neurálgico de la actividad congresual y cultural de la ciudad ha demostrado su valor estratégico. El Kursaal ha trascendido su condición de mero edificio para erigirse en un faro cultural que proyecta la imagen de San Sebastián al mundo, un motor económico que contribuye a su prosperidad y una obra maestra de la arquitectura contemporánea que enriquece el valioso patrimonio donostiarra. Su presencia en la desembocadura del Urumea es la prueba de que la innovación y la modernidad, cuando se abordan con inteligencia y sensibilidad, pueden no solo convivir con la tradición, sino también realzar la identidad y la belleza de un lugar.